miércoles, febrero 13, 2008

Aviones

Habiendo nacido en el “culis mundi” (porque no se puede negar que Argentina está lejos de todo), desde chico sentí una especial atracción por los aviones. Quizás pueda echarle la culpa a mi abuelo que los domingos nos sacaba a pasear en el colectivo (aclaro que él era el propietario de un bondi de la línea 67 y cuando no trabajaba este se constituía en el coche de la familia) por el Aeroparque o a las innumerables películas de guerra que vi en los “Sábados de Super Acción” del viejo Canal 11.
El tema es que los aviones siempre me parecieron máquinas fascinantes hasta que, por suerte o desgracia, me convertí en usuario medianamente frecuente de ellos.
Mi primer molestia eran los vuelos nacionales, cuando había que tomar los micros de Aerolíneas o Austral para llegar al bendito avión en Aeroparque. Jamás entendí porque demoramos años en poner “fingers” para llegar al avión y como cada vez que volaba, aún en aquellas épocas en que lo hacía más de una vez a la semana, la probabilidad de lluvia se duplicaba, cada dos por tres me mojaba como un tarado esperando que la gente subiera al avión o al micro. Por suerte, y como un dejo malquerido del Mundial´ 78, en Ezeiza si los había así que al menos si viajabas fuera del país zafabas. Pero los problemas no pasaban de ahí. Los retrasos se debían a problemas meteorológicos y era poco frecuente que se extraviara el equipaje (al menos en los vuelos locales).
A medida que pasó el tiempo, y más aún desde que vivo aquí en Barcelona, la relación con el mundo de la aeronáutica se ha ido acrecentando. Pero desgraciadamente la calidad de los servicios, lejos de mejorar, ha ido cayendo en picada. En estos dos años y medio que llevo acá no he encontrado una sola persona que no haya tenido un incidente con un viaje aéreo. Retrasos, pérdidas de valijas, abusos en las aduanas o en los controles previos, mal humor de tripulaciones, etc. A eso debemos sumarle que es el medio de transporte que más contamina.
Un estudio realizado en Estados Unidos entre enero y noviembre de 2007 determinó que al menos 1,6 millones de vuelos tuvieron un retraso de al menos 15 minutos. Esos retrasos sumaron algo así como 170 años de tiempo de la masa de afectados. Y a eso hay que agregarle los tiempos en las colas que se han multiplicado, los tiempos muertos en conexiones perdidas y en las larguísimas caminatas dentro de los aeropuertos, etc.
Según Tom Enders, presidente de Airbus, la aviación comercial aporta – directa e indirectamente – el 8% del PBI mundial y da trabajo a 29 millones de personas. Me resulta increíble que esa masa de gente y de recursos no pueda encontrar una solución a estos problemas.
Podemos decir que el tráfico creció vertiginosamente pero también es cierto que lo mismo ocurrió con otras actividades donde el servicio es relativamente mejor y más económico.
La aviación comercial es una gran mascarada donde se muestra eficiencia, lujo, tecnología y confort y lo que se obtiene es cansancio, mal humor y pérdida de dinero o tiempo. Desde los sistemas vetustos (Amadeus, el sistema que utilizan gran parte de las agencias de viajes y aerolíneas, es complejo y prediluviano), edificios muy estéticos y mastodónticos pero poco funcionales hasta tercerizaciones que hacen que sea todo un poco más ineficiente. Todo sazonado con millones de viajeros malhumorados y maltratados que creen que sólo ellos han sido víctimas cuando la realidad muestra que todos somos víctimas de la ineficiencia de quienes manejan este negocio.

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