Cuando terminé el secundario, allá por 1983, mi primer trabajo fue en Techint SA, la empresa de ingeniería de la Organización homónima. Como joven dibujante una de mis tareas era la de tener permanentemente ordenado el archivo de normas y publicaciones técnicas que mensualmente recibí el departamento en el que trabajaba. Para ello debía leer con cierta dedicación las publicaciones y catalogarlas, de manera de poder asesorar a los ingenieros cuando ellos necesitaban ampliar los datos de algún tema en especial. Debía también circular las numerosas revistas técnicas de todo el mundo que recibíamos, verificando que todos los profesionales tuviesen oportunidad de ponerse al día en los temas más avanzados de su profesión.
Un día recibí la revista interna de la Organización y me sorprendió una nota sobre el potencial de la energía eólica en Argentina. Muchos de mis compañeros no tenían idea de que se trataba pero como yo había hecho un trabajo grupal en el secundario sobre los potenciales energéticos de Argentina tenía una idea y este trabajo terminó por certificarme el tremendo potencial eólico del país.
Al cabo de un par de años dejé la empresa y seguí prestándole atención al viento mientras ocasionalmente aparecía una nota aquí u otra allá sobre el tema. A mediados de los 90, trabajando en una empresa sueca, estábamos analizando la instalación de una nueva planta de producción. La materia prima que necesitaba la planta era muy fácil de hallar y económica. Simplemente necesitaba aire. Pero para poder procesar el aire se consumía mucha energía eléctrica. A modo de ejemplo la planta que debía ser reemplazada consumía como una ciudad de 50.000 habitantes durante las 24 horas de los 365 días del año. En una de las reuniones yo propuse que contemplásemos la posibilidad de instalar algunas torres eólicas para generar nosotros mismos parte de la energía que consumiríamos. Obviamente faltó poco para que alguien pidiese “¡un chaleco de fuerza a la derecha, por favor!”. Pero sigo sosteniendo que un simple estudio del tema me hubiese dado la razón.
Al cabo de unos años y visitando a mi familia en Asturias, descubrí unos parques eólicos fabulosos e informándome advertí que España era uno de los países más avanzados del mundo en el tema, teniendo el 10% de su capacidad de generación eléctrica en parques eólicos.
El tiempo siguió su curso y el año pasado, mirando desde 12.000 km de distancia la crisis energética de Argentina me preguntaba porque nadie había hecho nada sobre el tema.
Sabía que INVAP había desarrollado generadores, sabía que existía un gran potencial especialmente en la Patagonia despoblada donde nadie podía quejarse del impacto visual de los aerogeneradores (un tema que aquí preocupa a los puristas del turismo rural y a los paisajistas) y conocía de algunos pequeños proyectos especialmente en el sur. Pero eran todas iniciativas aisladas sin un esfuerzo orientador.
Pero en esta última semana dos noticias terminaron de impactarme. La primera la leí en La Nación e informaba sobre la instalación de una planta para fabricar aerogeneradores en Brasil por parte de IMPSA (la empresa metalúrgica de los Pescarmona) y la segunda la leí esta mañana en El País y habla sobre la producción de energía en el día de ayer (6 de marzo de 2008) en España, destacando que el 25,5% de la energía eléctrica consumida provino del viento.
Y la verdad es que la sana envidia se convirtió en bronca. ¿Por qué dejamos pasar más de 20 años para desarrollar algo?. ¿Dónde estaríamos si hace 20 años algún tipo medianamente honesto le hubiese dedicado algo de esfuerzo al tema?. ¿Cuánta contaminación nos hubiésemos ahorrado?. ¿Qué desarrollos hubiésemos tenido, porque los ingenieros y técnicos argentinos puestos a trabajar en proyectos de esta especia son excelentes, del mejor nivel mundial?. Espero conseguir pronto trabajo… porque si sigo leyendo cosas como estas con mucha frecuencia voy a explotar.
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